OAXACA.- El abanico de palma es uno de las principales creaciones artesanales de Oaxaca, sin embargo, cada vez son menos los artesanos que siguen con la tradición y cada vez hay menos material y recursos para la elaboración de dichos objetos usados para mitigar el calor.

Una de las artesanas que aún mantiene viva la tradición es Julieta Luis Guendolay, de 69 años. Ella asegura que la edad alentó su producción, pero aun así elabora junto con su hija alrededor de siete docenas de abanicos de palma al día, las cuales oferta a 100 pesos.

En Juchitán, sólo ellas, además de su hermana Antonia y su hija, y dos de sus vecinas realizan esta actividad artesanal. Nadie más se interesa en retomar el oficio o aprenderlo, aunque hace tan sólo 10 años una docena de familias del barrio de Cheguigo se dedicaba a la fabricación de sopladores.

En la casa de Julieta o Julia, como es más conocida, todos saben elaborar los abanicos. Desde pequeños comienzan a tejer las palmas y combinar colores, pero conforme crecen los hijos nadie se interesa en seguir, por lo cansado que resulta estar agachados tantas horas al día. Julieta y su hija comienzan la jornada laboral a las 10:00 horas y concluyen a las 13:00 horas.

Retoman sus quehaceres domésticos y la entrega de los pedidos a los puestos de artesanías en el mercado público de Juchitán. En la noche, a eso de las siete o después de la cena, cuando descansan o están viendo la televisión, retoman el tejido de palmas durante tres horas más, no sin antes preparar el pintado de las hojas crudas en agua caliente, previamente preparada con el color elegido. Normalmente las tiñen de rojo, amarillo, rosa, verde y morado.

Pero la falta de manos para continuar en este oficio no es el único obstáculo que enfrenta. Cada vez es más complicado conseguir las hojas para el tejido, porque sólo utilizan las de la palma real que se cosecha en Unión Hidalgo, donde comienza a escasear por la invasión del hábitat natural por proyectos eólicos y la mancha urbana.

Existe una carencia de recursos y de artesanos
La palma real crece en un predio de 829 hectáreas conocido como El Palmar de Unión Hidalgo. Antes de la llegada de los parques eólicos a esta comunidad zapoteca, los comuneros cosechaban hasta 70 mil palmas a la semana, que vendían a artesanos de la región para elaborar sombreros, bolsas, canastillos, entre otros productos.

Era una fuente de empleo que los mantenía, pero como ha disminuido la producción, muchos pobladores emigraron hacia el norte del país. Actualmente sólo algunos comuneros cosechan entre 3 mil y 4 mil palmas al mes, y la mayoría realiza otra actividad económica durante el día para sobrevivir.

Lo difícil no es elaborar los sopladores, mi hija y yo lo hacemos rápido, el problema a veces es que no hay material, la palma la tiene que ir a comprar mi esposo hasta Unión. A veces no hay y recorre todo el pueblo y compra lo que puede, en esta ocasión sólo consiguió seis tercios, cada tercio son 25 palmas, lo que más afecta es el clima, si hay mucha lluvia no hay palma, cuenta Julieta sin dejar de mover a prisa los dedos de las manos y fijar los dos pies sobre la pieza que elabora.

Según la artesana, por la escasez de palma cada vez es más común que en su casa se llegue a parar la producción de sopladores. Y este oficio es el que mantiene a la familia.

Es esencial transmitir el conocimiento
Julieta ha ofrecido cursos y talleres de elaboración de abanicos cuando se lo solicitan las autoridades con la finalidad de mantener vivo el oficio, pero al final se desanima porque la gente no quiere esforzarse en la técnica que tiene como principal herramienta las manos y los pies, así como una constante inclinación hacia el suelo, por lo que no es apto para las personas que sufren de presión arterial o problemas de espalda.

La disminución de la producción de esta artesanía local, además de la escasez de la materia prima, Julieta la atribuye a la saturación de abanicos de plástico chinos en el mercado, pese a que no son tan económicos.

Pese a ello, reconoce que en los últimos años la demanda creció debido al valor que se le está dando a los productos elaborados en los pueblos, y repuntó aún más con el reinicio de las fiestas tras la pandemia, que mantuvo dos años en silencio a esta ciudad.

FUENTE: EL IMPARCIAL