La felicidad muy pocas veces se toma en cuenta para procurar el crecimiento económico y laboral, pero se mira mucho menos a su dolorosa contraparte: la infelicidad. Quizá por eso tenemos pocas estadísticas, aunque en México contamos con una contundente: los suicidios han aumentado 24 por ciento en los últimos tres años, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

Este Día Mundial de la Salud Mental, conmemorado cada 10 de octubre, muchas personas pondrán la atención que el resto del año no le prestan el tema. Es un buen momento para informar que en los últimos 15 años se cuadruplicó el número de personas a nivel global que se siente infeliz, según la consultoría Gallup. En 2006 el 1.6 por ciento de las encuestadas calificó su vida como la peor posible; actualmente, en esa situación se encuentra el 8 por ciento.

Después de una pandemia, donde también hubo ganadores, ambos extremos —felicidad e infelicidad— se han ensanchado. En una escala del cero al 10, donde 0 es la peor vida posible y 10 es la mejor posible, en 2006 el 3.4 por ciento de las personas calificó su vida con la máxima puntuación. Para el informe que Gallup presenta este 2022, ese porcentaje se duplicó a 7.4 por ciento.

De acuerdo con la investigación de la firma estadounidense, el 20 por ciento de las personas que califican su vida como la peor tiene mal trabajo, sus ingresos son insuficientes para sobrevivir, vive en comunidades rotas, tiene hambre o desnutrición y no cuenta con alguien que le brinde ayuda. Más que nunca, se sienten tristes, estresadas y enojadas.

“Decirle abiertamente a un encuestador que tienes la peor vida imaginable revela un estado de ánimo terrible, y aproximadamente el 8 por ciento del mundo le dice a Gallup exactamente eso”, señala la consultora.

Gallup comenzó a medir la felicidad y la infelicidad en 2006. Su investigación cuenta con más de 5 millones de entrevistas y recientemente esa data ha sido publicada en el libro Punto ciego: El aumento global de la infelicidad y cómo los líderes se lo perdieron.

No es (sólo) la pandemia 

Antes de culpar a la covid-19 por el aumento de la fatalidad, la consultoría muestra sus gráficas. En ellas se observan que los índices de la desdicha comenzaron a subir al menos desde 2011.

“La infelicidad ha estado aumentando en todo el mundo durante una década, pero casi todos los líderes mundiales la pasaron por alto. ¿Por qué? Porque se centraron en medidas como el PIB y el desempleo. Casi ninguno de ellos prestaba atención a cómo se sentía la gente”, señala Jon Clifton, director ejecutivo de Gallup, En el artículo El aumento global de la infelicidad.

En México, la violencia laboral contra las mujeres en específico ha crecido 44 por ciento desde 2016, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2021. Al menos 7.9 millones de mujeres han identificado algún tipo de agresión en el trabajo, incluida la sexual.

Según un informe de la Federación Internacional de Actores (FIA-LA), en América Latina, el 90 por ciento de las personas que laboran en la industria audiovisual ha sufrido diferentes violencias en el trabajo. México es el país en el que hay más acoso, hostigamiento y violaciones.

En febrero de este año, la empresa japonesa de automóviles Toyota tuvo que indemnizar a la familia de un empleado que se quitó la vida por el exceso de trabajo y el hostigamiento del que era víctima en la planta en Tokio. La compañía admitió su responsabilidad, pidió perdón y se comprometió a cambiar su entorno laboral.

¿Qué pueden hacer las empresas?

Las personas empleadoras o a cargo de un equipo entienden la desigualdad como la disparidad de ingresos o la división entre quienes tienen posibilidades económicas y quienes no. Pero no “están familiarizados con la creciente división entre los que tienen y los que no tienen en una gran vida. Esto se llama desigualdad de bienestar”, explicó Jon Clifton.

En el mundo laboral se habla de brechas de género, donde —en un sentido generalizador— las mujeres ganan menos y los hombres más. En las economías se refieren a la desigualdad en la distribución de la riqueza: gente que se hace más rica mientras que la pobreza recibe a cada vez más personas. Pero la felicidad y la desdicha también se están separando y polarizando más.

La mayor calificación que el 20 por ciento de las personas le dio a su vida en 2006 promedió 8.3 y la menor, 2.5. Pero actualmente el 20 por ciento de las personas más felices le dan una calificación de 9 y las más infelices, de 1.2. La brecha ahora es de casi 8 puntos, “la más alta en la historia del seguimiento de Gallup. Difícilmente podría estar mejor el 20 por ciento superior del mundo y difícilmente podría estar peor el 20 por ciento inferior”.

La desigualdad de bienestar y, por tanto, el aumento de la infelicidad no sólo se explica por la inequidad en los ingresos, señala el reporte, aunque “es sin duda parte de ello. Pero una gran vida es algo más que dinero”.

Las personas con mayores índices de felicidad tienen cinco cosas en común:

  1. Están satisfechas con su trabajo
  2. Tienen poco estrés financiero
  3. Viven en grandes comunidades
  4. Tienen buena salud física
  5. Cuentan con personas a quienes pueden acudir en busca de ayuda

Esos elementos les dan buenas pistas a las empresas para hacer cambios. Las personas con altos niveles de infelicidad e insatisfacción, sin importar que estén o no relacionados directamente con el trabajo, no pueden desarrollar su potencial profesional, aumenta el presencialismo y el fenómeno que se ha llamado renuncia silenciosa.

Y hay otro factor importante: en la última medición, el 71 por ciento de las personas que calificaron peor su vida pensaba que la corrupción estaba generalizada en las empresas y el 69 por ciento creía que la corrupción estaba generalizada en el gobierno.

Transparentar los procesos desde el reclutamiento hasta los ascensos y, por supuesto, eliminar las prácticas corruptas de nepotismo y sexismo pueden ayudar al personal a disolver la frustración por no alcanzar sus metas e impulsarles a mejorar para lograrlas.

“La desconfianza generalizada, junto con la desigualdad en el bienestar, puede estar provocando que la miseria se convierta en ira”, señaló Jon Clifton. La ira ha aumentado 50 por ciento en los últimos 15 años. En 2007, éste era un sentimiento experimentado por el 24 por ciento de las personas; en la actualidad esta proporción es de 36 por ciento.

Con información de El Economista.